Hay algo en el deporte que desafía al paso del tiempo. Puedes cambiar de ciudad, de trabajo, incluso de equipo… pero esa conexión con el deporte nunca desaparece. Es como si el alma encontrara en esta actividad un refugio permanente, sin importar los años que pasen.

Muchos dicen que el tiempo pasa para todos, y tienen razón. El cuerpo cambia, las rodillas ya no responden igual y las canchas parecen más grandes. Pero basta un sil batazo para que todo vuelva a empezar. Porque en cada kilómetro, en cada gol, en cada victoria, revive algo profundo: una memoria, un sentimiento, una parte de uno mismo que sigue viva.

No solo los niños sueñan con marcar goles, llegar de primeras o levantar una copa. También los veteranos, siguen soñando… tal vez desde la banda, desde una tribuna o en una charla con café. Enseñan a los más jóvenes no solo a participar, sino a entender que el deporte también es disciplina, respeto, humildad y perseverancia.

El deporte no se retira. Vive en quienes lo sienten, lo jugarán y lo siguen amando. Porque hay pasiones que no tienen fecha de vencimiento. Y el deporte, definitivamente, es una de ellas.

El tiempo pasa, pero el amor por el deporte no se va. Esta es una pasión que no se mide en años, sino en emociones.